Al fin solos, -exclamó él, empleando un tono de voz que a ella le produjo un súbito escalofrío-. El ascensor se había quedado detenido entre el segundo piso y el tercero. La única luz, mortecina, procedía del piloto de emergencia. Instintivamente, Laurita reculó hasta tocar con su espalda una de las paredes de la cabina. Unos segundos después, sintió cómo la mano regordeta de Don Braulio, el vecino del ático, se posaba sobre su hombro, al tiempo que le susurraba, muy cerca del oído: "Tú, tranquila, no te dolerá".
Microrrelato ganador del 15/02, comienzo de Felipe Benítez Reyes
Autor: Delia Aguiar Baixauli
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